Sus primeras raíces nacieron en un hogar que vagamente recuerdo. Sin embargo, donde quiera que se encuentre, se yergue tranquilamente transformando la luz del cielo en su alimento. Paciente y silenciosamente, crece, mientras acompaña a los hombres en sus penas y en sus glorias. Su fortaleza viene de lo invisible, dirigiéndose hacia El. Siempre hacia El. Pues su conocimiento del mundo no le oculta el milagro detrás de la luz.
Maestra mía, te pido que de la misma forma crezca mi fe, que mi corazón sea fértil para Su semilla. Ayúdame a nutrirme de lo que no puedo ver. Para así amar lo que no puedo tocar.
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